El viaje siguió su ruta; esta vez en la madrileña población de El Álamo.
El público que llenaba la sala subió a nuestro vagón y, desde que que el pregonero dio la salida, no paró de reír y emocionarse, premiando con sus aplausos once momentos -nada menos- y terminando con una gran ovación y «bravos» que serán difíciles de olvidar no sólo a los intérpretes sino a cuantos presenciaron la representación.
¡Así da gusto viajar!
¡Gracias, alameños!